Ya me dolía todo. Era un camino tan duro, mis zapatos gastados se desarmaban de a poco, ya casi no me quedaban fuerzas. Caminaba con la fuerza de... nada, ¡no tenía nada! aun intento recordar por qué caminaba, pero aun así lo hacía, lloraba como un pequeño, buscando... ¡eso, buscaba! pero ¿qué cosa? no podía seguir así, buscando, caminando, recordando, ¿a donde llegaría?
Intentaba erguirme para ver si podía ver hacia adelante, nada, me acercaba a la orilla del camino y, nada, miraba atrás para ver lo recorrido y, nada. ¡Nada, nada, nada! ¿Donde estaba todo?
Muchas veces oí la idea de tener un jardín secreto en mi interior, cuando recordaba eso, cerraba mis ojos e intentaba ingresar al jardín... ¡Dios santo! ¡Nada! en momentos como esos solamente esperaba llegar, el agua que escapaba de mis ojos no dejaba de salir, y mi gargante reseca ya se resentía...
Caí, de bruces, y vi nada, pensé en esperar, pero no pasó nada. Opté por ponerme de pié y en ese instante una flaca y pequeña figura se apareció, se levantó y caminó, cayó otra vez, se levantó una vez más y una pequeña piedra la hizo tropezar, ahí redescubrí la risa...
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